Por supuesto, las madres tienen mil rutas alternativas para cruzar el salón. Quizás ni siquiera tuvieran ninguna necesidad de cruzarlo. Pero era encender la consola y algún circuito debía de hacer interferencia con su cerebro que la obligaba a pasar mil veces entre el sofá y la tele con la mirada clavada en el infinito y arrastrando los pies.
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